FORO CUBANO Vol 1, No. 3 – TEMA: ARTE Y EXPRESIONES CULTURALES CUBANAS –
Por: PhD (c) Magdalena López
Diciembre 2018
Desde sus inicios, la Revolución Cubana puso en marcha varias políticas dirigidas a reducir la desigualdad racial considerada, en aquel entonces, una rémora del pasado neocolonial. Esto condujo a que en 1966, Fidel Castro hubiese asegurado que “la discriminación desapareció cuando desaparecieron los problemas de clase y al país no le [había costado] mucho resolver ese problema”.
Sin embargo, en los años noventa del siglo XX se hace evidente un recrudecimiento de la desigualdad racial. La mayoría de los investigadores sobre Cuba concuerdan en afirmar que el fenómeno se debió a la extrema crisis económica vivida durante el llamado Período Especial. La población se vio dividida entre los que tenían acceso a divisas extranjeras y los que no. Se produjo una clara diferenciación entre las personas que tenían familiares en el extranjero que les enviaban dinero o que estaban vinculadas al sector turístico gracias a su “buena presencia” y, el resto de la población que no tenía forma de acceder a bienes y servicios. No obstante, me gustaría proponer que el inicio de la agudización discriminatoria se inició un poco antes del Período Especial.
En julio de 1989 fue fusilado el general mulato Arnaldo Ochoa. Ochoa había sido Jefe de la Misión Militar Cubana en Angola, cargo que le valiera el reconocimiento público como héroe de la lucha en aquel país africano. Sin embargo, el carismático general terminó siendo juzgado por delitos de narcotráfico y de tráfico de diamantes y marfil en un proceso televisado que se conoció como la Causa 1. Junto a él fueron juzgados otros tres oficiales de la Misión, entre ellos, los hermanos de la Guardia, Antonio y Patricio. El primero también fue ejecutado por delitos de narcotráfico y el segundo condenado a 30 años de prisión. Estos acontecimientos resultaron devastadores para el universo simbólico de la lucha internacionalista.
Desde que fue anunciada públicamente, la intervención en Angola estuvo justificada por la idea de que África era un elemento esencial de la nacionalidad cubana y de que existía una filiación histórica con aquel continente desde la trata esclavista. En consonancia, la intervención se denominó Operación Carlota en homenaje a una esclava cimarrona de la Cuba de 1843. En un discurso de 1975, Fidel Castro declaraba:
“Lo imperialistas pretenden prohibirnos que ayudemos a nuestros hermanos angolanos. Pero debemos decirles a los yanquis que no se olviden de que nosotros no sólo somos un país latinoamericano, sino que somos también un país latino-africano.
La sangre de África corre abundante por nuestras venas, y de África, como esclavos vinieron muchos de nuestros antecesores a esta tierra. Y mucho que lucharon los esclavos, y mucho que combatieron el ejército Libertador de nuestra patria. ¡Somos hermanos de los africanos y por los africanos estamos dispuestos a luchar!”
A contracorriente de este discurso oficial, la caída de Ochoa y otros altos funcionarios contribuyó a una literatura de cuestionamiento sobre las razones por las cuales cerca de 2000 cubanos perdieron la vida en Angola. Una vez que el sentido épico del internacionalismo desapareció, lo mismo ocurrió con la legitimidad del vínculo latino-africano y el reconocimiento del elemento negro en la propia identidad cubana. Como parte de esta desmitificación, fueron publicados los libros Sueño de un día de verano (1998) y el cuento “Los olvidados” del volumen Los hijos que nadie quiso (2001) de Ángel Santiesteban, Dulces guerreros cubanos (1999) de Norberto Fuentes y Desconfiemos de los amaneceres apacibles (2012) de Emilio Comas Paret. No incluyo en este grupo la novela El hijo del héroe (2017) de Karla Suárez, ya que no se centra en la experiencia de los que participaron en la guerra.
En todas estas narraciones se aborda el tema de la intervención en Angola desde una mirada crítica que va desde la denuncia de los negocios lícitos e ilícitos que los cubanos mantenían en África, la no voluntariedad del reclutamiento, los desencuentros con la población local que los veía como invasores, la idea de que la mayoría de los combatientes cubanos en África eran negros y mulatos que fueron enviados allá como carne de cañón y, la visión peyorativa de los africanos como antropófagos y sujetos muy distantes de los “civilizados” cubanos.
Recordemos que la figura del caníbal se localizó en el Caribe para desplazarse luego al continente africano. La antropofagia fue el estigma que sirvió a Europa para justificar sus empresas coloniales y civilizatorias. Curiosamente, en varias de las narraciones anteriormente mencionadas se repiten los estereotipos del caníbal y del bárbaro para identificar a los angoleños ya no desde la mirada colonialista europea sino desde la de los revolucionarios cubanos. Tal el es caso, por ejemplo, del narrador de Dulces guerreros cubanos al referirse al mayordomo del presidente José Eduardo dos Santos: “Su odio se agudiza y te hace considerar la proximidad de un peligro real cuando lo observas a los ojos […] y enseguida sientes la selva y calculas que si tuviera los caninos más afilados vendría de una de las sectas antropófagas del norte”. Por su parte, al aludir a los combatientes de UNITA, el narrador de Desconfiemos de los amaneceres apacibles se pregunta “¿[p]or qué matar a estos infelices que en la práctica viven en una comunidad primitiva?” o bien; “pobre del que caiga vivo en manos de estos salvajes. Si a los de su propia raza los masacran como si fueran perros con rabia, ¿qué no harán con nosotros?” Y al mencionar a los angoleños en términos generales agrega: “para ellos su ética es irracional y está basada en la intuición y el instinto. Por lo tanto no asumen nuestra ética ni comparten nuestra moral”.
“Nosotros” ya no es una comunidad trasatlántica compartida tal y como reclamaba Fidel Castro a través del vínculo latino-africano. La dicotomía entre un “ellos” y un “nosotros” que parte de prejuicios racistas revela las dificultades por asumir la identidad oficial. En el relato de Santiesteban “Los olvidados”, ya el tópico del caníbal ni siquiera alude a los angoleños sino a la tierra africana en su conjunto que “engulle” a los cubanos.
Sin duda, la escisión de lo latino-africano le debe mucho a la desmitificación de la lucha internacionalista tras la Causa Número 1 en 1989. Pero si la consecuencia inicial fue situar la alteridad negra y mulata convenientemente distante en el continente africano, con el retorno del último contingente internacionalista cubano en 1991, los negros con todos sus estigmas incluidos regresan a la propia isla. A partir de entonces, los imaginarios literarios y cinematográficos cubanos se llenan de caníbales hambrientos durante el Período Especial y, no por casualidad, la mayoría de los personajes que trafican o se alimentan de carne humana son negros y mulatos. La antropofagia surge, así, como la pérdida de fe en la identidad oficial latino-africana. Con la caída de Ochoa y el regreso del último combatiente en Angola volvieron también los fantasmas del racismo que durante un tiempo fueron proyectados hacia afuera, en aquel país africano. Desde entonces la literatura y el cine cubanos no han dejado de mostrar una visión que impugna la integración racial revolucionaria.