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TEMA: COVID-19

Coronavirus: entre los extremistas verdes y la diferencia histórica

Por: Alejandro Cardozo Uzcátegui*

Abril 2020

Vistas

*Profesor de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda

El Sentinel-5 de la Agencia Espacial Europea ha registrado una histórica reducción del dióxido de carbono en el aire de Italia y China, epicentros de la pandemia, donde limitaron al máximo el movimiento de la población como estrategia de contención de la expansión del Covid-19. Ya se ha hecho famosa la imagen de los canales venecianos, transparentes y descontaminados, como cuando Maquiavelo escribía consejos para el príncipe de Medici. Así, todos los centros mundiales industrializados y superpoblados (Shanghái, Osaka, Chicago, Sao Paulo, etc.) han bajado, o bajarán, sus emisiones de gases industriales tanto como el coronavirus les obligue.  

La Organización de Vida Silvestre de Odisha, en India, informa que el 50 % de la población mundial de la tortuga golfina (Lepidochelys olivacea) realiza el proceso de desove en sus playas. Más de 70 000 tortugas marinas golfinas han podido anidar y desovar en las playas de Odisha, porque desaparecieron el agobio y el estrés producido por turistas, una vez declarado el confinamiento obligatorio del Covid-19. Se calcula que unas 790 000 tortugas desovaron esta vez, primero en Gahirmatha y luego en Rushikulya. Posiblemente, este año se alcance la prometedora cifra de desove de 60 millones de huevos.

Se han avistado jaguares, tortugas laúd, hocofaisanes y cocodrilos, cinco especies en peligro de extinción, en los alrededores de hoteles de Cancún y de la Riviera Maya, en el Caribe mexicano. De hecho, la tortuga laúd llegó a desovar en la zona hotelera de Cancún, depositó 112 huevos frente a la playa del hotel Grand Oasis, hecho insólito, pues, en todo el estado, anida una sola tortuga una vez al año y comienza en mayo, esta vez la primera de posiblemente otras, lo hizo un mes antes.

En playas de Janga, en el municipio de Paulista del estado de Pernambuco en Brasil, por el mismo contexto de confinamiento y cuarentena de personas, lograron nacer, como hace décadas no se veía, 97 tortugas carey. La fundación World Wildlife clasifica a las tortugas carey en estado crítico de extinción.

Asimismo, el confinamiento obligatorio ha reducido la contaminación acústica, beneficiando los ciclos vitales de las aves y de los agentes polinizadores como son las abejas. Estas últimas han adelantado su ciclo de polinización gracias al silencio y también a la menor emanación de gases industriales. Sin las abejas no hay polinización, sin la polinización no habría fauna vegetal, y sin esta no habría alimentación ni oxígeno: un círculo de la vida.

UK Wildlife Trusts informó que 41% de las especies de insectos está al borde de la extinción. Nature Ecology and Evolution publicó recientemente que la población de abejas se estaba reduciendo rápidamente por factores como la contaminación y la deforestación. La cuarentena obligatoria ha logrado un entorno circunstancial casi óptimo para que flores y plantas se desarrollen libremente, lo que ha permitido la reaparición de abejas polinizadoras en los centros urbanos donde hace tiempo no se veían.

El Covid-19 ha sido una lección para la agenda política verde

El discurso apocalíptico de los militantes verdes y los científicos de la causa espantan de la mesa las posibles iniciativas mundiales de agencias de gobierno por una pregunta de realismo lógico: ¿qué nación industrial se va a comprometer en una agenda verde, si los expertos hablan de 200 años para ver los frutos tras un cambio del paradigma industrial? ¿Qué nación va a sacrificar su modelo industrial y, con ello, sacrificar su capital político inmediato con una perspectiva de cambio de dos siglos?

No negamos que el calentamiento global es un hecho y existe por el paradigma industrial vigente, desde la revolución industrial del s. XVIII. Sabemos que es un daño de cualidades apocalípticas a la larga. Sin embargo, sabemos también que una agenda política inmediata ve el apocalipsis si su modelo fracasa, no en las consecuencias en el tiempo de su modelo, sino en el ahora.

La cuarentena devenida como medida de freno contra el virus ha dejado el registro periodístico que anotamos antes: tortugas que consiguieron tasas de anidación sin precedentes, ciclos de polinización restablecidos –momentáneamente, tal vez– y una limpieza coyuntural de las aguas y el aire; se demostró que algunos cambios son visibles en corto plazo, no como señala la retórica del apocalipsis verde, que si se hacen cambios radicales hoy, será tras dos siglos de espera que se verá alguna mejora.

No obstante, apenas algunos reportajes registraron esas buenas noticias, como que se redujo la emisión de monóxido de carbono a niveles de los años 40 del siglo XX, o que ha bajado un grado la temperatura global tras haber padecido el segundo año más caliente en la historia global (2019). Ya han vuelto a salir las voces agoreras, radicales: "No debemos sobrestimar el hecho de que las emisiones se hayan reducido durante algunos meses. No combatiremos el cambio climático con el virus", dijo Antonio Guterres, secretario general de la ONU. Patteri Taalas, secretario general de la Organización Mundial de Meteorología, ya declaró que el planeta continuará calentándose si las emisiones de gas de efecto invernadero continúan aumentando.

El liderazgo de esas organizaciones político-científicas podrían declarar que, dado que se han visto cambios circunstanciales en diferentes ecosistemas, con distintos síntomas positivos (grandes o pequeños), es posible que esta misma generación, cuando cambie su paradigma de consumo y, por ende, el paradigma industrial vigente, logre ser la misma generación que emprendió sacrificios en sus costumbres de consumo la que experimente un cambio real en su entorno climático y medioambiental. Lo que no es inviable es pedirle a una generación de políticos, empresarios industriales y consumidores, una revolución de hábitos bajo la subjetiva promesa de dos siglos por delante. Nadie se va a comprometer.

Ahora, con esta experiencia de la semiparalización industrial por la pandemia, queda en evidencia una diferencia histórica, es decir, que una sola generación podría percibir cambios reales. Christopher Jones, experto en cambio climático de la Universidad de California dijo que: “cada dólar que la gente gasta, contribuye a un aumento de los gases de efecto invernadero. Quizá la gente descubra que le gusta hacer reuniones por internet, que eso puede ser eficiente, y dejen de gastar en hoteles, salas de conferencias y aviones”.

Más allá del gigantesco reto de las economías locales y globales, todo estará en poder ofrecer una opción fundamentada en la diferencia histórica: el entorno inmediato del ciudadano común antes y después de la cuarentena. ¿Cómo quedaron sus hábitos de consumo? ¿Se pueden modificar? Si el norte global notó la diferencia histórica de un antes y un después ¿Menos cantidad alcanza para todos?

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