FORO CUBANO Vol 3, No. 21 – TEMA: INDICADORES –
El éxodo cubano: cinco olas en sesenta años
Por: Silvia Pedraza*
Junio 2020
Vistas
*Departamento de Sociología y Departamento de Estudios Americanos de la Universidad de Michigan.
El triunfo de la revolución cubana fue uno de los eventos políticos más populares del siglo XX. Como movimiento social, la mayoría de la población cubana inicialmente lo aplaudió. La revolución logró captar la imaginación popular. Por la revolución, muchos cubanos arriesgaron sus vidas. Romántica en su ejecución, con un clamor de justicia social, la revolución también disfrutó de amplio apoyo internacional. La figura de Fidel Castro llegó a convertirse en un ícono casi sagrado, una imagen moderna del joven David en contra del Goliat de los EE.UU. Fidel provocó enormes conflictos, internos -con las clases sociales medias y altas- y externos -con el vecino del norte-. Por lo cual, Manuel Moreno Fraginals, historiador del rol central del azúcar y la esclavitud en la historia de Cuba, subrayó hace muchos años que el logro más grande de la revolución fue el que perduró.
Sin embargo, a través de ya más de 60 años, la revolución generó un éxodo masivo a través de cinco oleadas de características muy distintas. Hoy se estima que, de una población de 11.2 millones a principios del siglo XXI, el 25 % de los cubanos residen en el exterior –mayormente en los Estados Unidos y después en España, Canadá, Suecia, Francia, Costa Rica, y todos los países del Caribe y Latinoamérica. Un proceso de desafecto político los llevó a dejar su patria y convertirse en refugiados en otras tierras. Ese éxodo masivo, yo argumento, ha sido una de las razones por las cuales la Revolución, como movimiento social, logró perdurar. Al analizar los discursos de Fidel y Raúl Castro a través de más de medio siglo, se puede ver que el éxodo tuvo dos grandes funciones. Sin duda, el éxodo siempre ha constituido una gran pérdida de recursos sociales, de talento, de capacidad, de personas, que tanto ayer como hoy pudieran haber brindado ese talento a su patria. Pero el éxodo también sirvió para externalizar la oposición, el disentimiento, fortaleciendo la Revolución y robándola de la dinámica de cambio interno.
El éxodo cubano alberga cinco grandes oleadas migratorias, cada una caracterizada por una composición social diferente, con respecto a clase social, raza, educación, género y valores. Estas diferencias resultaron de las cambiantes fases de la revolución cubana. Estas diferencias no son sólo demográficas, sino también políticas. El sociólogo húngaro, E. F. Kunz, argumentó que los refugiados a menudo son como distintas “cosechas”, que al irse se llevan distintos procesos de maduración. La comunidad cubana en los Estados Unidos de hoy está compuesta por distintas “cosechas migratorias” –inmigrantes que vivieron diferentes procesos sociales y políticos, por lo cual a menudo son incapaces de comprenderse entre sí-. Su Cuba de memoria y de deseo no es la misma Cuba.
Voy a pintar las cinco olas, que he profundizado más en otros trabajos (Pedraza, 2007). En 1972, los investigadores Nelson Amaro y Alejandro Portes describieron cómo las fases iniciales del éxodo cubano fueron cambiando, tomando en cuenta la principal motivación de los exiliados para dejar su patria: “los que esperan” dieron paso a “los que escapan,” y estos a “los que buscan.” En 1996 yo actualicé el estudio y añadí “los que tenían esperanza” y “los que se desesperan” para describir los emigrantes que salieron a través del Mariel en 1980 y los balseros de los 90s. Últimamente se desató otra oleada de los que caminaron desde el Ecuador hasta México o los EE. UU. y que representé como “los que caminan”. Aunque algunos consideran a muchos de los cubanos como inmigrantes económicos, dado el enorme peso de las circunstancias económicas en Cuba, yo los considero como refugiados políticos, ya que fueron más empujados (‘push’) que atraídos (‘pull’). Además, los problemas económicos de los que huían eran los problemas de ese sistema político, del comunismo, por su excesiva centralización de decisiones económicas y políticas. Aún más, el éxodo cubano está compuesto de personas que no se hubieran ido de su país si hubiese habido un gobierno verdaderamente democrático, si hubiesen podido vislumbrar un futuro distinto que incorporara el disentimiento político y dejara las decisiones económicas en manos de los emprendedores.
La primera ola (1959-1962) de la élite de Cuba estuvo compuesta de ejecutivos, propietarios de firmas y de ingenios, grandes comerciantes, ganaderos, representantes de compañías extranjeras, y profesionales. Se fueron cuando la Revolución sacudió el viejo orden social con medidas como la nacionalización de la industria norteamericana y las leyes de reforma agraria, así como el rompimiento de relaciones diplomáticas y económicas con los EE. UU., un éxodo principalmente compuesto de cubanos de raza blanca y de la clase profesional, sus vidas habían tenido la gracia y la indulgencia que a menudo acompaña la vida de las clases medias y altas en países en vías de desarrollo, junto con la modernidad que provenía de su rico vecino del norte. Muchos de ellos habían simpatizado y luchado en contra de la dictadura de Fulgencio Batista y querían restaurar la democracia en Cuba: la Constitución de 1940 y las elecciones. Para ellos, el desvío de Fidel Castro hacia el comunismo traicionó los ideales de la revolución que se suponía era verde –“verde como las palmas de Cuba”, como enfatizara Fidel en uno de sus tempranos discursos– pero se convirtió en roja, en comunista. “Los que esperan” esperaban la ayuda de los Estados Unidos para derrocar el nuevo gobierno revolucionario, esperando que la unión entre la resistencia clandestina dentro de la isla y la invasión de jóvenes cubanos adiestrados y apoyados por las fuerzas armadas de los Estados Unidos en Bahía de Cochinos derrocara ese gobierno. La invasión la planeó el presidente Dwight Eisenhower y la ejecutó, malamente, el presidente John F. Kennedy. Al terminar la primera fase del éxodo con el fracaso de la invasión en abril de 1961, la segunda fase del éxodo fue la de “los que escapan”. La iglesia Católica, que se opuso a los extremos sociales de la revolución, fue silenciada. El sistema electoral fue desmantelado –“¿Elecciones para qué?”, preguntó Fidel en su discurso a la masa en la Plaza de la Revolución, subrayando que “el pueblo ya ha elegido”-. La sociedad civil de una prensa, televisión, y radios independientes se derrumbó. Y, por fin, después del fracaso de Playa Girón, Fidel admitió que siempre había sido marxista-leninista y lo seguiría siendo hasta el fin de sus días.
El éxodo se duplicó y cada vez se convirtió más en de las clases medias que escapaban de un nuevo orden social que les era intolerable. Fidel calificó a todos como “gusanos”. Los censos estadounidenses califican a los inmigrantes de acuerdo con el año en que llegaron. Cuando la población de Cuba era alrededor de 6.5 millones, de acuerdo con el censo de 1990, entre 1960 y 1964 llegaron unos 173 000 cubanos. La crisis de los cohetes puso fin a esta ola.
La segunda ola (1965-1974) de la pequeña burguesía empezó con un caótico éxodo que salió del puerto de Camarioca, rumbo a Miami. Gracias a la simpatía del presidente Lyndon B. Johnson, que veía a los cubanos como “víctimas del comunismo”, el gobierno de los EE UU facilitó la llegada de los cubanos: legalmente, con la Ley de Ajuste Cubano, que les otorgaba la residencia legal un año y un día después de su llegada, y socialmente, con el Programa para los Refugiados Cubanos, que los asistió a incorporarse a las instituciones americanas. De acuerdo con el censo del 2000, alrededor de 250 000 cubanos emigraron por esta gran ola, a través de los Vuelos de la Libertad diarios. Esta ola estuvo principalmente compuesta por la clase trabajadora y la pequeña burguesía –pequeños comerciantes, artesanos, empleados, obreros, trabajadores del sector de servicios (peluqueros, barberos, domésticas, cocineros, jardineros, taxistas)-. La “ofensiva revolucionaria” en la cual se confiscaron más de 55 000 pequeños negocios privados fue gran responsable de su éxodo. A principio de los años 60s, 31 % de los cubanos que llegaban a los Estados Unidos eran profesionales o gerentes. En 1970, solo el 12 % lo eran.
Estos fueron los años de mayor idealismo de la revolución cubana, donde las dificultades del embargo comercial de los Estados Unidos se vencían pensando que Cuba iba a construir un futuro mejor, como siempre lo prometía. Aunque el gobierno cubano hizo verdaderos esfuerzos por expandir la educación y la atención médica a todas las clases sociales, el embargo comercial comenzó a sentirse. Cuba no logró diversificar la agricultura ni dejar el monocultivo del azúcar detrás, y el éxodo siguió siendo una verdadera “fuga de cerebros” de profesionales. Por lo tanto, Amaro y Portes caracterizaron esta oleada como “los que buscan” un mejor futuro económico. Sin embargo, tal ignora el hecho de que, aunque la vida en Cuba se hizo dura para todos, se volvió particularmente amarga para aquellos que declararon su intención de salir del país. En los años 70s Cuba experimentó una institucionalización que copiaba las características del comunismo en Europa del Este. El fracaso de las movilizaciones masivas en 1970 para conseguir una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar –en lo cual Fidel Castro apostó el honor de la patria– también produjo una profunda conmoción política. De ahí en adelante, el idealismo y romanticismo de los años 60s dio paso al pragmatismo.
En 1978, se produjo el único diálogo entre el gobierno de Cuba y representantes del exilio cubano, diálogo que provocó profundas divisiones y violencia en el exilio. Pero el diálogo rindió buenos frutos: la liberación de 3 600 prisioneros políticos y la reunificación familiar que hizo posible que los que vivían fuera de la isla pudieran visitar a la familia que dejaron detrás. Las visitas nunca han cesado.
La tercera oleada de “los Marielitos” de 1980, en parte, fue el resultado de esas visitas. Este éxodo que duró de abril a septiembre de 1980 trajo 125 000 cubanos a Miami en pocos meses. También fue sumamente caótico, pues la familia de Miami mandaba a buscar sus parientes en Cuba, pero muy a menudo el barco volvía lleno de prisioneros (presos comunes y presos políticos) que los funcionarios cubanos habían forzado en su lugar. La mayoría de los que venían eran jóvenes solteros. Muchos habían tenido problemas mentales, incapaces de ajustarse a las nuevas realidades; muchos eran homosexuales, marginados en la sociedad machista y militarista; muchos eran artistas e intelectuales que sufrieron la imposición de la censura. La mayoría de los que venían eran jóvenes solteros, de la clase trabajadora, sobre todo en la construcción, con una presencia mucho más grande de personas de color. Fidel Castro fue explícito cuando dijo “¡Que se vayan! Antes se llevaban a nuestros profesionales. Que se lleven ahora a nuestros lumpen!” A todos los calificó de “escoria”.
Dentro de la comunidad cubana de los Estados Unidos ya no eran los exilados que habían conocido “la Cuba de ayer”, al contrario, eran exilados que habían crecido en “la Cuba de hoy” de la Revolución, cuando los problemas de libertad de expresión eran agudos. “Los Marielitos” eran una “cosecha” distinta.
La cuarta ola de los balseros en los 90s tuvo lugar durante los años que Fidel Castro llamó el “período especial”, cuando el comunismo en la Unión Soviética y los países de Europa oriental se desplomó. Cuba perdió su vínculo económico y comercial, más el generoso sostén que había mantenido a la isla a flote. El impacto en Cuba fue devastador. Con una contracción del producto interno bruto de 35 % en sólo unos años (Mesa-Lago, 2004), para el cubano promedio la vida en la isla se hizo insoportable, una pesadilla de la cual no podían despertar. Más aún, hasta entonces habían creído que el comunismo era un sistema bueno o, por lo menos, que un tercio de la humanidad vivía bajo ese sistema. En vez, pudieron ver la caída del muro de Berlin y los debates que sacudieron al mundo comunista bajo el presidente de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachev, cuando este trató de introducir elementos democráticos en la gobernación: el glasnost y la perestroika.
El hambre y la desesperación en Cuba llegaron a tal punto que los cubanos empezaron a huir en balsas –en cualquier cosa que flotara– arriesgándose a morir ahogados, de deshidratación o de hambre. La crisis, tanto política como económica, se agudizó en el verano de 1994, cuando más de 36 000 cubanos huyeron después de que Fidel Castro le diera instrucciones a los guardacostas cubanos que los dejaran irse. Pero en los Estados Unidos hubo un abrupto cambio de política cuando la entonces Secretaria de Justicia, Janet Reno, determinó que los balseros eran inmigrantes ilegales. Eso contrastó marcadamente con el previo concepto de que los cubanos eran víctimas del comunismo y, por lo tanto, merecían ser bienvenidos. Como resultado, el servicio de guardacostas bloqueó las balsas en altamar y los balseros fueron llevados a Guantánamo, donde residieron hasta ser paulatinamente procesados para venir a los EE. UU. Poco a poco se reubicaron en todas partes. Yo llamé a esta oleada “los que se desesperan”.
Como resultado de esta oleada caótica, en 1994-95 el presidente Bill Clinton firmó un nuevo acuerdo migratorio con Cuba, donde accedieron a dar hasta 20 000 visas anuales a los cubanos y entró en vigor una política nueva: la ley de “pies secos y pies mojados”. Si los guardacostas americanos encontraban a balseros huyendo en el mar (“pies mojados”), los debían interceptar y devolverlos a la isla; si lograban llegar a suelo americano (“pies secos”), se podían quedar legalmente y beneficiarse de la Ley de Ajuste Cubano. Esta política tan arbitraria duró 20 años, hasta que el presidente Barack Obama la derrocó.
En la isla, los cubanos se alegraron enormemente del restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos bajo la cooperación de Raúl Castro y Barack Obama. Además, experimentaron el mejoramiento en las comunicaciones y la avalancha de turismo estadounidense que le llegó a Cuba durante sus presidencias, de 4 a 5 millones de turistas estadounidenses (no cubanos-americanos) al año. Pero realmente no mucho cambió en sus vidas. En la ausencia de la política de “pies secos, pies mojados”, sólo los que tenían familia inmediata en los EE. UU. que los reclamaran podían tener una vía de salida. Una nueva ola de emigrantes encontró una nueva vía para salir de Cuba.
Los caminantes a través de Centro América en 2014-16 fueron el resultado del derrocamiento de la política de “pies secos, pies mojados”, pues ya el número de cubanos que atentaron salir de la isla en balsa eran pocos, y menos aun los que tuvieron éxito en arribar a una vida legal en los EE. UU. Muchos cubanos viajaron de la isla al Ecuador, donde no se les pedía visa a los cubanos. De allí, miles de “los que caminan” salieron, caminando, cruzando los distintos países de Centro América, queriendo llegar a los EE. UU. a reunirse con su familia y amigos. Los riesgos fueron muchos: hambre, muerte, robo, sobre todo en estrechos tan peligrosos como el Tapón del Darién (el bosque entre Colombia y Panamá). El suplicio de esta caminata tan larga, tan riesgosa, tan ardua, por necesidad implicó que la mayor parte fueran hombres o familias muy jóvenes, muchos profesionales. Después de un tiempo, a pesar de que no tenían ninguna intención de quedarse en ningún país, Nicaragua les bloqueó el tránsito y muchos tuvieron que terminar su odisea en México. Desde allí, algunos después lograron entrar a los Estados Unidos, a veces cruzando la frontera ilegalmente. Ya las vías de tránsito por otros países son cada vez menos probables.
Dentro de la comunidad cubanoamericana, los “nuevos cubanos” cada día tienen más peso demográfico y cultural. Pero las distintas “cosechas” de los exiliados en Miami no se pueden comprender.
Contrastando con los exiliados antiguos, los recientes casi siempre señalan los adelantos de Cuba en salud y educación como signos de progreso social. Además, mencionan el ascenso de niveles sociales que muchos, como ellos, experimentaron cuando jóvenes de familias humildes pudieron estudiar en la universidad y fueron bien entrenados como profesionales. Pero de ahí pasan inmediatamente a explicar que el gobierno, el sistema impuesto por los hermanos Castro, no acepta que esa educación tiene que ir acompañada de libertades individuales y del derecho fundamental a la libre expresión.
Todos los que fueron huyendo del régimen castrista tuvieron que soportar enormes pérdidas, no solo de propiedades y nivel social, sino también de recuerdos, de crianza, de una vejez en familia, de compañeros de escuela, barrio, y trabajo –aquellos con los cuales compartieron sus vidas emocionales-. Contra su voluntad y su esperanza, sus vidas se troncharon. La mayoría se fue de Cuba para nunca regresar, teniendo que reconstruir un proyecto de vida y de familia. No todos lo lograron. Pero casi siempre sus hijos -nacidos en los Estados Unidos, España, Costa Rica, Canadá, dondequiera- sí se beneficiaron del sacrificio de sus padres. Mientras, Cuba sigue cada día más sumida en un vasto declive económico. Este no solo es el resultado del embargo del coloso al norte, sino también de la falta de iniciativa y autonomía que el gobierno le permite al cubano que vive y trabaja en la isla. Hoy en día la producción de azúcar –el pilar de la economía cubana– está a niveles del siglo XIX, ya no mantiene el edificio de la economía. Y el turismo se ha agotado, en parte por las nuevas restricciones en las relaciones comerciales externas entre Cuba y los EE. UU. impuestas por el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y en parte por las nuevas restricciones en las relaciones comerciales internas impuestas por el nuevo presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. En mi casa tengo un cuadro que lo explica bien, por lo cual se convirtió en la cubierta de mi libro. Uno de los balseros del verano de 1994, Ricardo Blanco, pintó el dilema de Cuba en una sábana como lienzo, durante su estancia en Guantánamo. Este cuadro se convirtió en la cubierta de mi libro sobre el éxodo. Cuba se ve como una paloma que está presa por una mano con un guante de metal y ella apenas puede respirar. Detrás de la paloma vuelan dos banderas, la de Cuba y la de los Estados Unidos. Ambos la oprimen, me dijo. Pero ella aún tiene la esperanza de ser libre.
Referencias:
Amaro, N. y Portes, A. (1972). “Una Sociología del Exilio: Situación de los Grupos Cubanos en los Estados Unidos”. Aportes 23: 6-24.
Kunz, E. (1981). “Exile and Resettlement: Refugee Theory”. International Migration Review 15: 42-51.
Mesa-Lago, C. y Pérez-López, J. (2005). “Cuba’s Aborted Reform: Socioeconomic effects, International Comparisons, and Transition Policies”. Gainesville, FL: University Press of Florida.
Pedraza, S. (2007). “Political Disaffection in Cuba’s Revolution and Exodus”. New York and London: Cambridge University Press.