FORO CUBANO Vol 6, No. 58 – TEMA: ENVEJECIMIENTO, BRECHA DIGITAL Y CALIDAD DE VIDA DE LAS PERSONAS MAYORES EN CUBA
El derecho a la libertad
Vistas
Por: Teresa Díaz Canals
Julio 2023
“La confesión”:
La confesión […] parte de una
desesperación […] existencia desnuda en el
dolor, en la angustia y en la injusticia.
-María Zambrano
Esto que escribiré a continuación es una confesión, no como la concibió Michel Foucault, sino al estilo de María Zambrano, como un ejercicio de consolación, de huida del sometimiento del ser humano a su historia, como una especie de método para comprenderme a mí misma, aunque esa comprensión resulte fragmentaria, balbuceante, apenas anunciada.
Pertenezco a una generación que nació y creció alrededor de un día que marcó estrepitosamente a una nación denominada Cuba: 1ro de enero de 1959. Transcurrieron más de sesenta años, somos - por ese motivo – clasificados como adultos mayores. Después de esa fecha, la Isla enarboló el camino socialista de un supuesto desarrollo, mejor, una vía anticapitalista de comportamiento diferente en los planos económico y político. Nuestra condición de Isla constituyó un hecho objetivo favorecedor de un peculiar aislamiento escrito por poetas: la maldita circunstancia del agua por todas partes/ […] Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer/ hubiera podido dormir a pierna suelta.[1] Los cubanos a partir de ese tiempo no pudieron viajar libremente, solo determinados funcionarios lo hacían. Quien pedía salir definitivamente del territorio nacional tenía que entregar su casa con todo dentro y trabajar en la agricultura por un período de tiempo, hasta que las autoridades decidieran el permiso de salida. Ahora te declaran “regulado”, otra forma de castigo, de control sobre tu cuerpo y tu vida. Para el pueblo era un delito tener dólares. Ese movimiento revolucionario de masas que se produjo no condujo a la libertad como fue proclamada, pues ella es, ante todo, la libertad de la persona.
Algunos jóvenes con una posición crítica en la actualidad, desgajados de este sistema que resultó ser totalitario, no logran entender qué pasó con este grupo social, incapaz de rebelarse, de juzgar y oponerse durante décadas, subvertir el statu quo establecido tras la derrota del gobierno de Fulgencio Batista. Nosotros, los que antes fuimos niños y adolescentes, las primeras palabras que escuchamos en la calle, en las escuelas, en el barrio, en la televisión en blanco y negro y con dos canales solamente, fueron revolución, libertad, justicia social, colectividad, imperialismo, guerra, enemigo, patriotismo… Aunque no todos respondieron de la misma manera, pues eso dependía de las circunstancias en que vivimos, del entorno familiar, una respuesta posible a la actitud sumisa, obediente, disciplinada que se adoptó en muchos casos, tan diferente y sin fingimientos como la que tiene la generación de nuestros hijos y nietos, es que no fuimos educados para la libertad.
Los que hicieron la revolución, los “combatientes”, los que “lucharon por la soberanía”, los “valientes” que todavía cuentan sus aburridas biografías y se pavonean como héroes, ya en el poder, comenzaron a ver la libertad en su inmutabilidad. Por ello se oponen a una concepción dinámica de ella, a una comprensión de la multiplicidad y de la individualidad de la vida. Lo peor que le puede pasar a una revolución es que sus revolucionarios se conviertan en profesionales de ella.
En las clases de historia de la secundaria básica nos contaron que ese impacto social supuestamente renovador e inédito sacó a los campesinos de la pobreza, les instaló la luz eléctrica, les adjudicó nuevas viviendas al eliminar los típicos bohíos de las zonas rurales con techos de guano, les repartió tierras, pues éstas se encontraban en gran parte del espacio cubano supuestamente improductivas, concentradas en grandes extensiones, los denominados latifundios, cuyos dueños eran hacendados burgueses tanto cubanos como norteamericanos. Recuerdo que no eran libros de historia con lo que estudiábamos esa asignatura en ese entonces, sino con lo que llamamos tabloides, constancia del cambio de la versión de la historia anterior.
Mis primeros escritos al comenzar a trabajar como profesora universitaria fueron en una máquina de escribir marca Remington. Todavía no existían las computadoras, ni internet, ni teníamos correo electrónico. Incluso cuando ya algunas personas poseían los primeros celulares, pude adquirir uno con línea porque trabajé en un proyecto de una ONG (organización no gubernamental) y me lo facilitaron.
Los grandes “logros revolucionarios” fueron la educación y la salud gratis, se suprimieron las escuelas privadas y las instituciones educativas religiosas. Los nombres de las calles cambiaron, todavía algunos mencionan los antiguos, como el del hospital Ramón González Coro, a veces se le dice Sagrado Corazón, el que hoy es un Instituto de Hematología hay quien lo menciona como Cardona. En este hospital que hoy manda a los padres de algunos niños a que se los lleven a fallecer en sus casas porque no tienen manera de salvarlos, antes era un hospital materno infantil. Todos llamamos a la avenida Salvador Allende con su antigua designación: Carlos III.
Un dato significativo es que la mencionada generación hija del cambio de los sesenta, transcurrió su vida escuchando la música de la “década prodigiosa” de los años setenta por la radio. Hoy me asombro cuando exhiben en la televisión conciertos de esa época y ahí es que pude conocer las caras de esos artistas que tanto escuchábamos, ya sin ninguna emoción, materiales visuales obsoletos, pasados de moda. Las canciones de Los Beatles y de otros cantantes como José Feliciano, Willy Chirino, Celia Cruz, Gloria Estefan, las prohibieron. De esa manera nos enrejaron la cultura.
En un libro del filósofo, sociólogo y cristiano Nicolas Berdiaeff, encontré la clave de lo que pudiera ser el por qué de la conducta silenciosa de mi generación, se titula “Reino del espíritu y reino del César”. Se sabe que una persona aún encarcelada puede ser libre. Este autor ruso destaca que: El hombre puede ser esclavo, no solo del mundo exterior, sino de sí mismo, de su naturaleza interior.[2] Me impactó leer también que la verdadera libertad no se manifiesta cuando el hombre tiene que elegir, sino cuando su elección está hecha.[3] A nosotros no nos dieron a elegir, la elección estaba hecha. Fuimos los eternos infantes a los que nos repitieron en muchas ocasiones: ustedes no fueron combatientes, por tanto, no tienen derechos y aceptamos callados tal presupuesto. Tuvimos que adquirir la conciencia paulatinamente - en la medida que se profundizaba la situación trágica del pueblo cubano – de comportarnos como seres libres y no como esclavos y de comprender que la libertad no es en sí un derecho, es un deber. Aún en esta época de desilusiones un grupo de gente va a votar por inercia, por costumbre, por ese algo que nos obligaba a hablar bajito casi siempre: por miedo.
Estudiar la historia de las revoluciones es constatar el fracaso como resultado, se realizan y después sus planes futuros se convierten en irrealizables. Conciben un Estado perfecto, armónico, libre de contradicciones. Por estas razones en una etapa determinada no se reconocía en Cuba la existencia de racismo, de violencia sobre las mujeres. Éste es su principal error, porque lo que logran es el aniquilamiento de la libertad.
Virgilio Piñera le escribió una carta a su amigo José Lezama Lima el 31 de marzo de 1942, en la misma le declara: Lo que cuenta, lo único que cuenta […] es trabajar en la obra.[4] Nuestra obra generacional será obra si se llena de realidad.
Derecho a la muerte con dignidad
La gente parece autoconvencerse de que no hay nada que hacer: se encoge de hombros, lo lamenta, y sigue su camino. Sobre todo, los médicos…
Norbert Elias “La soledad de los moribundos”
Un derecho pisoteado en este complejo período es el de morir con dignidad. Se sabe que en Cuba la vida se ha depreciado para cualquier ser humano ya sea niño, joven o viejo. Las personas mayores, como es lógico, atravesamos la última etapa de la vida, por tanto, pasamos ciertas dificultades prolongadas casi siempre con el tema de la salud, por ese motivo, nos volvemos más dependientes de los demás.
Cuando le comenté a una amiga que quería escribir acerca del tema del derecho a una muerte con decencia me dijo enseguida, sí, sobre la eutanasia. No es sobre eso en específico, le contesté, tiene que ver con la atención que se le brinda en Cuba a los fallecidos. Entonces fue que me narró lo que sucedió con su concuña adulta mayor. La señora se encontraba en ese proceso de lo que llamamos parole para emigrar a EEUU. En medio de todo eso, le dio un dolor en el pecho y la tuvieron que ingresar en el hospital Calixto García. Resultó ser un infarto, al poco tiempo y todavía convaleciente le repitió el malestar y murió. No había camilla en la que pudieran sacarla del edificio y colocarla en una ambulancia para llevarla a la funeraria, es decir, hacer lo habitual que se hace en una clínica con cualquier cadáver. La familia, por sus medios, tuvo que conseguir un carro para su traslado, el cual ya tenía dos pasajeros más, es decir, dos muertos, colocados en el asiento trasero del automóvil, por supuesto, tirados uno arriba del otro. Antes de cargarla por un pariente para sacarla del edificio, los familiares tuvieron que escuchar una pregunta - muy irrespetuosa, dura, reflejo de la insensibilidad y la frialdad - que hizo una enfermera: ¿Cuándo se llevan “eso”? Desconexión con cualquier acción de compromiso vital y concreto con el otro.
Se sabe que la persona que expira en la calle está condenada a pasar horas sin que la conduzcan a un lugar apropiado en estos casos: no hay transporte, no hay gasolina, no hay vergüenza. El señor Estado, que presumía que en Cuba los entierros eran gratis, que se convirtió en el único responsable de este importante servicio, ya no puede asegurar nada en absoluto, es imposible brindar apoyo, piedad, compasión. También a sus muertos les dice: arréglenselas como puedan. ¿Y qué pasa con las personas que viven solas, que no tienen familia? ¿Cómo podemos lograr de nuevo una Cuba medianamente habitable, con un funcionamiento racional y armónico?
Para cualquiera nacido en esta Isla vivir aquí - sin pertenecer al grupo privilegiado que cuenta con hospitales de mejor calidad – implica que la atención médica es deplorable, por cuanto no se cuenta con medicinas ni implementos requeridos para atender a los pacientes, ya sean enfermos de cáncer, diabéticos, perturbados mentales, los que padecen de osteoporosis, etc. Este escenario es semejante a sentir los estragos de una guerra, sufrir una estadía en un campo de concentración, pues somos muertos en vida que caminamos sin encontrar refugio en parte alguna, nación paralizada y hundida. No exagero. La cultura revolucionaria entronizada se basa esencialmente en que el otro fue y continúa siendo exterminado. Somos una herida que no cicatriza, reflejo de la gramática de lo inhumano.
Ante tanto abandono estatal, la sociedad civil, cubanos y cubanas que radican en el exterior despliegan una intensa labor que comenzó con la pandemia y se ha fortalecido, distribuyen medicamentos de todo tipo, entregan determinados utensilios con el esfuerzo de gente generosa como sillas de ruedas, troqueles, jeringuillas… desarrollan una labor solidaria tremenda en coordinación con activistas sociales que residen en Cuba. Algunas instituciones no gubernamentales, en combinación con las agencias de cooperación interceden a su vez para aliviar el sufrimiento e implementan proyectos de comunicación que aportan a una ética del cuidado. Las iglesias también son un factor de apoyo tremendo para los más vulnerables. Con ello otorgan rostro y voz a lo olvidado y marginal, unen vida, mente y sentimiento, mediante estas actitudes deferentes Cuba vive.
Y como parte de esta mi maltrecha generación me he puesto a trabajar, a brindar testimonio en esta atmósfera de destierro, es mi modo de dar verdad.
[1] Piñera, Virgilio La isla en peso Edición del Centenario Ediciones Unión, La Habana, 2011, p. 29
[2] Berdiaeff, Nicolas Reino del espíritu y reino del César Aguilar S.A. de Ediciones, Madrid, 1953, p. 112
[3] Ibídem p. 112-113
[4] Piñera, Virgilio Virgilio Piñera, de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932-1978 Edición del centenario Ediciones Unión, La Habana, 2011, p. 40