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FORO CUBANO Vol 3, No. 22 – TEMA: ARTE Y LITERATURA –

Entrevista a Jesús Hdez-Güero

Por: Claudia Mare*

Julio 2020

Vistas

Entrevista a Jesús Hdez-Güero

*PhD Estudios Culturales (Universidad Justus-Liebig). Investigadora (Graduated Centre for the Study of Culture).

Jesús Hdez-Güero (La Habana, Cuba, 1983) es graduado del Instituto Superior de Arte (ISA) y de la Cátedra de “Arte de Conducta”, anteriormente dirigida la artista Tania Bruguera en La Habana. Sus obras han sido incluidas en las bienales de Pakistán, Colombia, Cuba, Reino Unido y Corea del Sur. Ha expuesto en Tokio, París, California, Aachen, Roma, Caracas, entre otras ciudades. Vive y trabaja actualmente en Madrid. Él se reunió con Claudia Mare en una entrevista para Foro Cubano. A continuación, algunos apartes de la entrevista.

CM: Jesús, ¿en qué año saliste de Cuba? ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?

JHG: Salí de Cuba de manera indefinida, físicamente en el 2011, aunque había viajado a varios países antes. Digo físicamente porque desde mucho antes ya mi mente estaba en otro sitio, no dentro de la isla. Sabía que viviría fuera de Cuba sin abandonarla del todo. La causa inicial fue el reencuentro que tuve con Kenny Márquez, mi actual esposa, en La Habana en julio del 2010, luego de 7 años sin comunicarnos tras la aventura amorosa que tuvimos en el 2003 en su visita a Cuba. Y decidimos continuar dicha aventura en su país natal: Venezuela, a donde fui por un mes y estuve 7 años; luego un año en Colombia y por ahora llevo 2 años en España, extendiendo con ella la misma aventura que comenzamos en el 2003, pero con otra integrante, nuestra hija Susej.

CM: Después de Cuba has residido en Venezuela y Colombia, países con una cosmovisión política imbricada en torno al ideario revolucionario, luego llegaste a España. ¿Cómo ha ayudado a tu trabajo asimilar sus contrastes nacionales?

JHG: La enajenación es un estado mental, no un estado cultural, ni geopolítico, ni social, por lo que es casi imposible vivir descontextualizado o pretender que el contexto no condicione tu pensar o tu día a día, incluso, tu arte. Por lo tanto, los valores culturales, los imaginarios sociales, el discurso político, etc., de la nación donde uno se encuentra viviendo son fundamentales. Son la plataforma, el terreno donde se construye mi trabajo y transcurre mi vida. Cuando emigras, siempre llevas valores culturales, prejuicios, visiones parciales, convicciones fragmentadas sobre el país donde te asientas, que luego tratas de completar o complementar con los que traes de tu tierra. Y eso te da la medida de cuan distante estás de ambos lugares. Por lo tanto, sientes que perteneces a ambos, y al mismo tiempo, a ninguno. Te conviertes en un constante espectador participante. Entonces, he tratado de que mi trabajo sea ese ámbito donde todas mis discusiones posibles, obsesiones personales, contradicciones y juicios críticos sobre los valores simbólicos, relatos históricos, convenciones sociales de un contexto determinado cobren vida y, a su vez, puedan resultar su propia muerte.

No sé hasta qué punto pueda tener una mirada ‘latinoamericanista’, la verdad. Al nacer en una isla, según la admirada Dulce María Loynaz: “lo menos tierra de la Tierra”, y vivir por mucho tiempo en ella, donde esta condición de encierro natural por la “maldita circunstancia del agua por todas partes” ha sido potenciado políticamente por más de 60 años, nunca me permitió desarrollar un sentimiento continental ni física ni culturalmente que, a nivel geopolítico, le corresponde a esa mirada ‘latinoamericanista’ de la que te refieres. No es lo mismo ser latinoamericano o vivir en Latinoamérica que ser ‘latinoamericanista’. Se nace y se comienza a vivir por accidente en un lugar determinado, en último caso, por elección ajena, pero se decide ser por elección propia. Se pudiera decir, y sé que corro un gran riesgo al decirlo, que el cubano está más cerca culturalmente de España y África Occidental que de Latinoamérica. A no ser, ideológicamente hablando.

CM: ¿Ha afectado la naturaleza de tu trabajo tu diálogo con las instituciones culturales de países con fuertes códigos nacionalistas como Cuba, Colombia y Venezuela? ¿Alguna experiencia que lo ilustre?

JHG: Pienso que la Historia, en su más amplio sentido, es un depositario de material disponible para revisar, releer y reordenar constantemente. Nada peor que dar por sentado algo que fue narrado y visibilizado por otros, y que se pretende perpetuar en el tiempo como verdad incuestionable y absoluta. Y cuando tu trabajo trata, en cierta medida, de remover un poco estas convenciones históricas, trastocar los símbolos nacionales, los ideales sociopolíticos y culturales asentados y plantear un cuestionamiento abierto y desprejuiciado de esto, el diálogo con las instituciones que, en su mayoría, tratan de salvaguardar estos valores arraigados, no resulta ser siempre fluido. Más bien resulta áspero.

Ejemplo fidedigno fue mi experiencia con la obra “Tener la culpa”, consistente en una asta a escala real y doblada por el peso de la bandera venezolana que reposaba en el suelo. Fue expuesta en septiembre de 2014 en el Salón Banesco Jóvenes con Fía, XVII Edición, que organizaba la Feria Iberoamericana de Arte (FIA) de Caracas y que tuvo su sede en la Ciudad Banesco, un complejo bancario de gran importancia en Venezuela. Esta pieza causó una reacción bastante interesante por parte de la institución al ser retirada la bandera un día antes de la inauguración por los directivos del Banco y los organizadores de la Feria. Ambas instituciones privadas, contrapuestas al gobierno, que reprochaban la censura gubernamental a escala social, actuaba de igual forma por temor a “posibles medidas” que pudiera tomar contra ellos el propio gobierno. Un acto contradictorio, por lo que decidí dejar la asta sin la bandera como vestigio del hecho, de la censura misma.

Pero, mucho antes en Cuba ya había tenido cierto percance institucional con mi trabajo que no dejó de suceder años posteriores. Este hecho fue en el 2007 con mi exposición: “Recortes de la realidad informativa”, en Casa de las Américas, como parte del premio que me fue otorgado en la extinta Joven Estampa en el 2003; donde mostraba dos videos: “Informe de hechos vividos” (2006-2007) y “Sobre un vacío periodístico” (2007), este último abordaba toda la polémica que se desarrolló a causa de la “guerrita de los emails”.

El antiguo ministro de cultura, Abel Prieto, me convoca a través de Jorge Fernández, en aquel entonces vice-rector del Instituto Superior de Arte (ISA), para que me reuniera en su despacho y poder hablar sobre la posibilidad de quitar el video “Sobre un vacío periodístico”, después de unos días inaugurada la exposición, pues eran momentos delicados; como siempre en Cuba, que para estos temas se convierte en una “delicada” Nación. Nunca asistí a la convocatoria que me hiciera el exministro, pues acceder a dicha reunión era aceptar su propuesta de quitar el video de Casa de las Américas o no quitarlo, que fue lo que hice finalmente. La razón por la que no asistí a reunirme con el exministro fue porque nunca iba a existir la posibilidad de un término medio. Las zonas grises, como bien sabes, no existen en Cuba. Es negro o blanco. Salirse de esos extremos y plantear una tercera posibilidad, como bien explica el escritor Dagoberto Valdés en su texto “La tercera pata”, que integra y da título a mi proyecto de libro, es desaparecer, o igualmente, haber optado por esa ‘zona negra’ de la Historia. 

CM: En Venezuela conociste a ese gran escritor cubano que es Octavio Armand, conocido por su doble exilio. Incluso, incluyes parte de su obra en la pieza “La tercera pata” (2008-2014), que propone justamente poner a dialogar el imaginario exiliado con la memoria nacional. Háblanos un poco de ese encuentro. ¿Cuál es tu apreciación del exilio artístico e intelectual cubano? ¿Dónde te ubicas tú?

JHG: En mi repertorio literario cubano, el nombre y la obra de Octavio Armand no existía. Tuve conocimiento de él por Jorge Ferrer, escritor cubano residenciado acá en España, a quien había invitado para mi proyecto de libro: “La tercera pata”, al comienzo de mi investigación en el 2008 y que no accedió a participar en aquel entonces, pero años después lo hizo indirectamente, y te digo por qué. A comienzos del 2014, ya viviendo en Venezuela, por una de esas conversaciones espontáneas que se dan en las redes sociales, converso nuevamente con Ferrer y me pregunta si no conocía a Octavio Armand, que vivía desde hace mucho tiempo en Caracas. Al expresarle mi desconocimiento sobre Armand me pone en contacto con él, advirtiéndome el valor de su persona y literatura, con el respeto y cuidado con que tenía que tratarlo. Después de eso, supuse que debía tratarlo con la sutileza propia de un gran hallazgo personal, me sentía como un arqueólogo al encontrar una copa propia de las producciones de Corintia de la época Bizantina, lo cual hizo que me acercara con gran emoción y anhelo al escritor.

Nuestro primer encuentro fue en uno de sus lugares preferidos y muy cerca de su casa, la Cafetería La Pavesina, en Caracas. Desde el momento de mi llegada, su recibimiento fue como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo. En otro tiempo o en un tiempo que quizás él se inventó. Escucharlo hablar es uno de los momentos donde más he disfrutado mi silencio. Cualquier interrupción es desechar la oportunidad de viajar entre sus recursos literarios hecho oratoria. Fue tan alucinante conocerlo, escucharlo, sentir de cerca su intensidad con que te hablaba de su primer y segundo exilio, sus años en Nueva York y la creación de ese universo llamado “Escandalar”. Fue tanta la atención y concentración en escucharlo para tratar de capturar sus palabras y dejarlas depositadas en mi mente para siempre que no recuerdo con exactitud en qué momento le propuse ser parte de mi libro, pero sí recuerdo la expresión y firmeza de su “sí”, que me hizo obtener ese regalo magnífico que es su texto “Cubanos anónimos”. Hasta hoy, su amistad es una de las joyas más queridas y mejor guardadas de mi armario de vida.

CM: Uno de tus trabajos más recientes es la serie “Síndrome de Proteus” (2015-2020). En ella mantienes una línea irreverente para conjugar personalidades de la política (en su acepción más amplia), aunque con una lectura dicotómica ¿Cuál es tu criterio de selección y combinación?

JHG: Con la serie “Síndrome de Proteus” el criterio de selección es diverso. Es una de las pocas obras en la que he encontrado una libertad casi total. Muchas veces las figuras que conjugo tienen una relación antagónica o no en la Historia, el imaginario social o colectivo, en hechos concretos o simples, son personajes que no tienen relación alguna, pero establecen otra posibilidad impensable, horrible, indeseable, cuestionable o todo lo contrario. En otros casos, son relacionados por un simple hecho como pertenecer a un mismo país como es el caso de “Hermann – Federer”. También se me han presentado desafíos, que han resultado bien interesantes para mi, al menos a nivel procesual, cuando los espectadores me sugieren posibles relaciones que no habían tenido espacio en mi investigación, y, más que en mi investigación, en mi ‘background’ cognitivo. Este ‘feedback’ directo que recibo del espectador es un nutriente fundamental que me permite expandirme a significados contextuales, específicos, muchas veces locales, que quizás solo no llegaría jamás.

Pienso que la mayoría tenemos ese deseo oscuro, morboso, de trasgredir el significado de las cosas, imágenes, símbolos, y más cuando son impuestos; ver materializado el resultado de ese acto que en un principio parece irracional, pero legítimo. Lo complejo y difícil es tomar la decisión de hacerlo y dejar constancia de esa ‘transgresión’. Y pienso que el artista tiene esa capacidad de transgredir esos significados dejando salir a flote otros que también pueden ser válidos y trascendentales, aunque puedan tomarse, en ciertos momentos, como descabellados. Todo el universo de la política, pero no solamente de la política, sino también el social, cultural, familiar y personal, está permeado por sentimientos y decisiones autoritarias, egocentrismos y ansias de reconocimiento, y lo más difícil, ser recordados. Y lo complicado de ser recordado a nivel de imagen y significado es que puedes ser trastocado indefinidamente. No eres inmune a ser transformado. Solo la inmunidad se encuentra en el olvido.  

CM: Volviendo a Cuba, vienes de una generación de artistas visuales (estoy pensando en Celia & Yunior, Grethell Rasúa, Javier Castro, Hamlet Lavastida, etc.) que inició una articulación crítica en los 2000, lamentablemente pocos quedan aún en la isla. ¿Mantienes algún proyecto en común con tus antiguos colegas?

JHG: No tengo proyecto en común con mis colegas, al menos hasta el momento, aunque no estaría mal un reencuentro artístico a ver cómo fluirían nuestras preocupaciones y articulaciones artísticas en estos momentos, pero bueno, quizás eso te toque a ti como curadora u otro que le pueda interesar este punto. Tampoco tengo un proyecto futuro ni una perspectiva sobre el mismo, estoy centrado en el presente. Trato de que mi trabajo sea lo más realista posible como el presente mismo, aunque no lo logro muchas veces.

No me interesan las especulaciones, y el futuro lo es, por lo tanto, es incertidumbre, lo cual se extiende a mi proceso creativo. Muchas veces he pensado que se dirige hacia una dirección y, de pronto, cambia el rumbo. Por lo tanto, cambia el mío también. Es difícil enfocarlo o visualizarlo. Es como el ajedrez, mientras uno está tratando de armar una jugada y darle un futuro al partido, los de afuera ya han visto varias y, a veces, el final del mismo.

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