Necrofilia ideológica
FORO CUBANO Vol 2, No. 4 – TEMA: UTOPÍAS DE LA REVOLUCIÓN –
Por: PhD (c) Carlos Augusto Chacón
Enero 2019
En una columna de Moisés Naim, en el periódico El País de España del 6 de febrero de 2016, el analista venezolano se refiere a la necrofilia ideológica como el amor ciego a las ideas muertas; que han demostrado fracasar pero que logran persistir y ser acogidas por las personas esperando obtener resultados distintos de la mano de líderes mesiánicos, populistas y demagogos que predican ideas que, sabiendo que no funcionan, las profesan prometiendo un paraíso terrenal.
Dice Naim que es fácil encontrarse con algún político “apasionadamente enamorado de ideas que ya han sido probadas y han fracasado. O defendiendo creencias cuya falsedad ha quedado demostrada con evidencias incontrovertibles”.
Este es el caso del expresidente colombiano, Ernesto Samper, quien en un Tweet del 6 de enero escribió “La revolución de Cuba es la revolución de la igualdad. Cero analfabetismos; cero desempleos; atención integral de salud; vivienda para todos; educación gratuita; comida para todos. Si la ausencia de necesidades, como dice Amartya Sen, no es la libertad, entonces, ¿qué será?”.
En América Latina y el Caribe llevamos décadas de necrofilia ideológica, que no solo es practicada por políticos de distintas tendencias sino especialmente por académicos, generadores de opinión, periodistas e incluso artistas que han pervertido y manipulado el significado de la libertad. Basta ver la forma en que, muchos de los más representativos exponentes de la cultura latinoamericana, no solo conmemoran y evocan la revolución y lo que ellos consideran como una gesta libertadora del Che Guevara; sino que además, bajo un romanticismo lleno mitos y mucha complicidad, ocultan las consecuencias de la revolución cubana.
Lo que sucedió no fue una liberación, fue el cambio de una dictadura -la de Batista- por otra -la de Castro-. Por un régimen que reprime, que no permite el disenso ni la oposición, que por causas políticas ha cobrado miles de vidas, ya sea porque han sido ejecutados -fusilados-, muertos en la cárcel, puestos en campos de concentración (incluso por razón de sus preferencias sexuales, como es el caso de los homosexuales) o ahogado tratando de escapar de la isla hacia países libres. De acuerdo con Nicolás Márquez (2017), aunque es difícil saber con exactitud la cantidad de víctimas, desde 1959 la cifra sería superior a las cuarenta mil. Esto sin contar los miles de cubanos forzados a vivir en el exilio.
Sectores indolentes con la represión que viven los cubanos pervierten el lenguaje para justificar, como lo hace Samper, toda clase de restricciones a la libertad a favor de la igualdad, lograda a través del uso represivo de la fuerza del Estado y del sacrificio de las más elementales libertades individuales, como la de expresión. Una disonancia cognitiva que, como patología, es propia de los necrófagos ideológicos que defienden la limitación de las libertades individuales para lograr una utópica igualdad que siempre acarrea tragedias humanas.
Más allá de la hipocresía y la indolencia de quienes exaltan las bondades de la igualdad material impuesta por el régimen cubano, es la definición de libertad que promueven los necrófagos ideológicos lo que llama a la reflexión.
Para ellos, libertad es garantizarle a todos unos medios para que no tengan necesidades, lo que implícitamente desconoce que en un mundo regido por la escasez es imposible asegurarle bienes y servicios a todas las personas todo el tiempo. Para esto, según ellos, es necesario que el gobierno, mediante la planificación central y haciendo uso de la violencia, no solamente física sino institucional, prive a sus ciudadanos de la propiedad privada, de los frutos del esfuerzo propio y del resultado de la cooperación voluntaria entre individuos que satisfacen necesidades a través de un entorno de libre mercado. Es decir, que para que exista una ausencia de necesidades, los necrófagos ideológicos están dispuestos a aceptar que existan restricciones a otras libertades.
Lo que ellos llaman libertad no es sino una servidumbre a la que los individuos deben someterse para que el “bondadoso” Estado y quienes lo gobiernan, tomen todo de ellos para redistribuirlo en ciertas cantidades de bienes y servicios que, por inexorable escasez, deben por lo general ser distribuidos en raciones limitadas, llevando a las personas a depender de los agentes gubernamentales para que les diga cuánto y cuándo pueden consumir. Lo que implícitamente trae como consecuencia que, quienes se oponen al régimen, simplemente no pueden acceder a esas raciones de bienes y servicios, pues sólo la obediencia les garantiza los medios de subsistencia; ya no sus propias capacidades o los medios que pueden generarse de su propiedad, sino de la “benevolencia” del gobierno.
La narrativa sobre esa clase de libertad lo que busca es justificar que se expanda el poder del Estado sobre la vida de las personas. Precisamente la raíz y esencia de las ideas estatistas y colectivistas que encarnan en mayor o menor medida las ideologías fracasadas del comunismo y el socialismo, se fundamenta, según Mises (2010), la desaparición de la brecha entre ricos y pobres, pero como consecuencia de que tanto ricos y pobres se hacen más pobres de lo que hoy día son los más pobres.
Como es apenas obvio, estas ideas no se presentan dando a conocer sus implicaciones morales ni materiales, ni el hecho irrefutable de que para ponerse en marcha requieren de la opresión y la miseria generalizada para así alcanzar la igualdad material hacia abajo, porque hacia arriba nunca se va a lograr. Sino que se esconden bajo un ideal de justicia social, en el que los poderes coercitivos del gobierno se usan para logar la llamada justicia distributiva.
No es de extrañar que personajes como Ernesto Samper sientan admiración por el régimen cubano y defiendan esa clase de libertad como una máxima para alcanzar lo que él y muchos otros necrófagos ideológicos denominan justicia social o redistributiva, lograda a costa de la vida y libertad de miles cubanos. Y peor aún, es que estarían dispuestos a que fueran millones de latinoamericanos.
La libertad que reivindican como un logro del régimen castrista y que promueven en distintos ámbitos, además de los políticos, es en realidad todo lo contrario. Es sometimiento y servidumbre de los cubanos al régimen y la dependencia de Cuba a otros gobiernos. Una libertad que en lugar de hacer de Cuba la Suiza de América, como prometía Fidel Castro, la convirtió en un país cuyos niveles socioeconómicos hoy en día sólo se equiparan con Corea del Norte y Venezuela, de acuerdo al Índice de Libertad Económica de Heritage Foundation.
La verdadera libertad es aquella que evita que las personas sean víctimas de la coerción del Estado. Es aquella que permite que una persona, al salir del analfabetismo, pueda leer lo que quiera y expresar sus ideas de forma libre, que pueda escoger libremente qué estudiar y dónde, qué servicio médico tomar, es decir, la más elemental de las libertades, la de elegir. Que las personas puedan recibir un salario de acuerdo al valor que pueden crear en el mercado, aportando a satisfacer necesidades de la sociedad y no una cifra miserable de U$9 dólares como sucede hoy en día en Cuba, porque los precios y los salarios son fijados por el régimen, con lo cual han acabado con la economía del país.
No es extraño que un socialista como Samper exalte un régimen dictatorial como el cubano. Para los dogmáticos de izquierda como él, siempre será moralmente superior que se imponga la igualdad a costa de la libertad, dignidad, integridad y vida de los que son víctimas del régimen de turno, que lleva hasta sus últimas consecuencias las nefastas ideas fallidas, sin importar que las reivindicaciones que hacen sobre los supuestos logros de su ideología sean en realidad falsedades históricas.
La peor tiranía es la que encuentra respaldo en quienes creen que esta es buena por el bien de las víctimas, que al obtener algo de sus opresores parecieran estar en mejores condiciones que si buscaran su bienestar por ellos mismos. Por eso es importante trabajar en la difusión de las ideas de la libertad, de la moralidad del libre mercado y de limitar el poder del gobierno sobre la vida de las personas.
Se puede lograr el alfabetismo, salud, educación y vivienda sin sacrificar la verdadera libertad, que es la que permite la realización personal y la dignidad humana. La contranarrativa a la necrofilia ideológica debe poner de manifiesto la forma en que esas ideologías han demostrado fracasar una y otra vez, llevando a la miseria y la opresión, acabando con la economía como pasó en Cuba y viene pasando en Venezuela.