TEMA: AMÉRICA LATINA
Nuevos rumbos en la política exterior brasileña en el gobierno de Bolsonaro
Por: Fernanda Ninci [1]
Noviembre 2019
[1] Profesora y coordinadora del curso de Relaciones Internacionales de UniLaSalle-RJ.
Doctoranda en Ciencia Política de IESP/UERJ. Investigadora del Observatorio Político Sudamericano (OPSA) y del Núcleo de Agendas y Actores de Política Exterior (NEAAPE).
Históricamente, la política exterior de Brasil es conocida por su tradición diplomática y por la alta institucionalidad de su Cancillería, que a pesar de los cambios de gobierno consigue mantener la idea de continuidad en el accionar externo del país. Sin embargo, en un corto período de tiempo, es visible que el nuevo gobierno brasileño, conducido por el presidente Jair Bolsonaro, reorientó la política exterior como forma de promover lo que él llamó “cambio de rumbo” en las relaciones exteriores, consistente en el abandono de un supuesto contenido ideológico que había caracterizado, según el presidente, la política exterior de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT).
Al ser electo a finales de 2018, Bolsonaro indicó que su prioridad sería redireccionar las asociaciones brasileñas, indicando una mayor alineación con los EE. UU. y los países europeos. Sus nuevas prioridades estarían relacionadas con su base de apoyo, compuesta por miembros de su partido –hasta hace poco tiempo sin grande popularidad en Brasil, el Partido Social Liberal (PSL)–, por la bancada ruralista del congreso, por el sector militar y por la bancada de los evangélicos. Tales prioridades se relacionan con la defensa de ideales de la derecha del espectro político y al completo rechazo a la izquierda. Son defendidos los valores de conservadurismo moral, como la defensa de la familia tradicional y de la fe cristiana, así como los principios neoliberales en el ámbito económico.
Las ideas que fundamentan su política exterior corresponden a una visión de la defensa de los principios occidentales, contra el “globalismo” y el “marxismo cultural” que, según el nuevo canciller, Ernesto Araújo, caracterizan las instituciones internacionales. Las ideas del canciller son alineadas a la visión de Olavo de Carvalho, considerado el gurú del presidente, y coinciden con las de Steve Bannon, estratega de la campaña presidencial de Trump, defensor de un movimiento global que congrega liderazgos de la extrema derecha.
Los nuevos rumbos en la política exterior fueron anunciados antes de que Bolsonaro empezara su gobierno. Siguiendo la tendencia del gobierno Trump, Bolsonaro anunció su intención de trasladar la Embajada de Brasil en Israel de Tel-Aviv para Jerusalén. Esta decisión, sin embargo, no se implementó cuando empezó su mandato. Además de la reacción contraria de los militares, que indicaron una clara preocupación con la ruptura de la posición diplomática de equilibrio entre Israel y Palestina, muchos empresarios del agronegocio presionaron al gobierno preocupados por las consecuencias para la exportación de carne halal para los países árabes. Como resultado, el gobierno mantuvo la Embajada en la ciudad de Tel-Aviv, pero anunció la apertura de una oficina de negocios comerciales en Jerusalén. Otro cambio anunciado aún como presidente electo fue el retiro de Brasil como sede de la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima (COP-25), aunque el presidente ha reiterado que Brasil no se irá del Acuerdo de Paris.
Otras medidas que evidencian los cambios de la política exterior son el retiro de la potencia sudamericana del Pacto Global de las Naciones Unidas sobre Migraciones, la abdicación del tratamiento especial como país en desarrollo en la Organización Mundial del Comercio y el intento para convertir a Brasil en un aliado extra regional de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Todas estas iniciativas no eran consideradas en los gobiernos petistas. Otras medidas ya estaban en curso desde el gobierno de transición de Michel Temer (2016-2018), pero se intensificaron con la llegada de Bolsonaro al poder, como las negociaciones del tratado de comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, la conclusión del acuerdo de salvaguardas tecnológicas con EE. UU. para el uso comercial de la base aeroespacial de Alcântara (en el estado de Maranhão) y los esfuerzos para ingresar en la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Estas acciones demuestran una clara orientación de la política exterior hacia el Norte, cambiando la prioridad Sur-Sur que orientó la política exterior de Brasil desde el inicio del siglo XXI.
El destino de la primera visita bilateral del presidente dejó claro este cambio en la diplomacia, teniendo en cuenta que tradicionalmente en los últimos años los mandatarios hacían la primera visita de Estado a un país latinoamericano, mientras que la primera visita de Bolsonaro fue a los EE. UU. Sobre este país, la aproximación en sus primeros meses de gobierno ha sido intensa. Durante su gobierno, la Cancillería pasó a tener un departamento especial para tratar las relaciones bilaterales con el país y además del acuerdo de la base de Alcântara, el gobernante eximió la visa para los ciudadanos estadounidenses y llegó a indicar a su hijo, Eduardo Bolsonaro, diputado federal, para ocupar el cargo de embajador en Washington, aunque esta iniciativa no se concretó, ya que fue objeto de muchas críticas.
La aproximación a EE. UU. ocurre en paralelo a un distanciamiento de la región. Antes de empezar su gobierno, el futuro Ministro de Economía, Paulo Guedes, había expresado que las relaciones con Argentina, tradicional socio de Brasil, no serían una prioridad, como lo demostró la primera visita del presidente en la vecindad, que fue a Chile y no a Argentina, como era la tradición. Con una agenda neoliberal, Bolsonaro apoyó públicamente a Mauricio Macri en las elecciones presidenciales y criticó el kirchnerismo, que ha asociado a ideas de izquierda y a la corrupción, indicando que si Alberto Fernández y Cristina Kirchner ganaban las elecciones del país vecino, podría ser el fin del Mercosur. Bolsonaro, incluso, no saludó al nuevo presidente por su elección y anunció que no asistirá a su toma de posesión en diciembre, ocasionando una cierta tensión en las relaciones bilaterales.
Con relación a la región, un profundo cambio caracterizó la diplomacia brasileña hacía Cuba. Bolsonaro criticó el gobierno cubano en su discurso en la Asamblea General de la ONU y el programa Más Médicos. Este programa, que fue implementado durante el mandato de Dilma Rousseff (PT), ha sido considerado por Bolsonaro como un plan que contribuyó a la “dictadura” cubana, ya que “agentes cubanos” eran enviados a vecinos para colaborar en la “implementación de regímenes dictatoriales”, según el presidente brasileño. En este sentido, el gobierno rompió con su posición de integrar Cuba a la región, priorizando las tensiones y su aislamiento.
Las relaciones con Venezuela también se caracterizan por cambios profundos. A pesar de que las relaciones ya habían cambiado con la llegada de Nicolás Maduro al poder y la suspensión de este país del bloque de Mercosur en 2017, durante el mandato de Bolsonaro las críticas al presidente venezolano han aumentado considerablemente, así como la búsqueda por aislar el gobierno junto al Grupo de Lima. Bolsonaro asocia el régimen de Maduro a una amenaza comunista para Brasil y reconoció a Juan Guaidó como presidente venezolano, además de tener una postura favorable a las sanciones y a la suspensión del vecino en las organizaciones regionales. De ese modo, no hay ningún intento por parte del gobierno brasileño de ejercer un rol de potencia regional y mediador, como ha hecho en otros momentos de crisis regionales. En el ámbito regional, Bolsonaro también apoyó la creación del PROSUR y formalizó su denuncia al tratado constitutivo de la UNASUR en abril de este año, después de meses de suspensión de la participación brasileña en la organización creada durante el gobierno de Lula (PT).
Otra dimensión importante de la política exterior de Brasil es su relación bilateral con China, que también se ha caracterizado por un cambio de perspectiva. Como diputado federal, el actual presidente visitó Taiwán e hizo algunas críticas a los chinos, que en su opinión estarían avanzando con sus intereses económicos en Brasil, “comprando” el país. Pero cuando asumió la presidencia, Bolsonaro cambió su perspectiva hostil para una visión de mayor cooperación y envió su vicepresidente, el general Hamilton Mourão, a una visita oficial a China como forma de mantener buenas relaciones con el país, que desde hace algunos años es el principal socio comercial de Brasil. En octubre, el presidente visitó a Xi Jinping, ocasión en la que discutió la exención de visa, invitó las empresas estatales chinas a que participen de subastas en Brasil y argumentó que en las relaciones económicas los dos países eran socios fuertes. Pero en dicha visita, el presidente también ha dejado muy claro que pese a la asociación estratégica, en el ámbito político el alineamiento es distinto.
Otra alteración en el rumbo de la política exterior de Brasil se da en el eje de los derechos humanos. El canciller, Ernesto Araujo, ha instruido los diplomáticos a que cambien la posición brasileña en los foros internacionales en las discusiones sobre género, como en la ONU. El nuevo entendimiento del gobierno es que el género es sinónimo de sexo biológico y que hay una ideología de género diseminada en la sociedad que perjudica a los ideales cristianos. Este cambio ha sido profundo, de modo que en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas la delegación brasileña se aproximó en las votaciones a los países islámicos. Esta postura fue criticada por sectores de la sociedad civil que interpusieron acciones ante el Supremo Tribunal Federal para que esta posición internacional sea cambiada.
A pesar del poco tiempo de gobierno, las iniciativas mencionadas en este artículo demuestran que la gestión de Bolsonaro señala un nuevo momento en la diplomacia brasileña, rompiendo con tradiciones y enfoques que durante años han caracterizado la inserción internacional del país, perjudicando la capacidad que el país tenía de mediar crisis y conflictos, construir consensos y ejercer el soft power (poder blando) en las relaciones internacionales.