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FORO CUBANO Vol 6, No. 67 – TEMA:  DIVERSIDAD SEXUAL EN DEMOCRACIAS Y DICTADURAS EN AMÉRICA LATINA

Régimen del Miedo

Por: Sebastían Bermúdez
Junio y julio de 2024

Cuando comencé a escribir, el primer pensamiento que se me vino a la mente fue narrar la historia como si fuera un personaje de ficción, ocultar su identidad y darle un nombre más valiente, con una voz más varonil y una contextura mucho más grande. Entonces, cada letra moría al seguir escribiendo, pues no era mi verdad. Ese miedo de poder darme voz resultó ser el corazón de este escrito y uno de mis actos políticos más grandes.  

Mi verdad por muchos años fue el pequeño rincón de Girardot, Cundinamarca, donde el sol arde todos los días sobre los techos rojos y las calles adoquinadas. Crecí aprendiendo a ocultar una parte vital de mí mismo. Girardot puede ser un pueblo tranquilo, donde muy poca brisa corre, pero cuando lo hace parece que esa brisa arrastrará los secretos de puerta en puerta y donde todos creen tener la autoridad de opinar. Jamás he vivido bajo un régimen autoritario. Colombia es un país democrático, que según nuestra constitución no nos puede violentar basado en nuestra orientación sexual, un país que tiene leyes, políticas públicas y millones de papeles que nos dan garantías de existir. Siempre lo supe, pero el autoritarismo se manifestaba en los ojos críticos y las lenguas afiladas de aquellos que no entendían mi verdad.  

Sábados, almuerzo con amigos de mis papás. Código de vestimenta: pantalones sueltos, camisa formal, sandalias; todo en tonos muy aburridos. Domingos, santa misa a las 8:00 am. Pero mi mayor recuerdo siempre será el rosario a las 7:00 pm todas las noches sin falta, donde la última plegaria la hacía mi abuela: "Te pedimos, Señor, por todos los homosexuales, para que Dios haga la obra en ellos". Una daga afilada atravesaba todas las noches, a esa misma hora, mi pecho. Solo decía "Amén" y me iba a llorar a mi cuarto.  

El machismo y la homofobia siempre han tejido un velo invisible sobre mi vida y la de muchas personas. Aprendí a callar mis sentimientos, a esconder mis gestos delicados, a reprimir mis deseos más profundos. El simple acto de ser yo mismo era como bailar en la cuerda floja sobre un abismo de desaprobación y ostracismo. Desarrollé trastornos alimenticios en mi desesperación por expulsar esta verdad que se atoraba en mi garganta, una verdad que sentía que me definía pero que también podía destruirme.  

Cuando finalmente decidí mudarme a Bogotá para estudiar, respiré por primera vez en años. La ciudad se extendía ante mí como un océano de posibilidades, donde las olas de diversidad y libertad me rodeaban sin juicio aparente. Sin embargo, mis miedos seguían siendo sombras persistentes, acechando en los callejones y esquinas de mi mente. Subirme al transporte público era un acto político y personal todos los días. Mi ropa, mi tinta de labios, mi manera de caminar; todo era un mensaje al mundo sobre quién era, una declaración audaz que a menudo me hacía temblar por dentro.  

En una democracia, te dicen que eres libre de ser quién eres. Pero dentro de cada persona LGBTIQ+ late un régimen autoritario interno, una voz que susurra constantemente sobre los peligros que acechan, sobre la necesidad de protegernos, sobre las miradas que hieren y los corazones que se endurecen. Es un régimen que nos lleva a mirar por encima del hombro, a dudar de cada sonrisa amigable y a calcular el riesgo de cada gesto de afecto en público.  

Mi experiencia no es única. En Cuba, Venezuela y en muchos otros lugares marcados por regímenes no democráticos, el régimen del miedo no es solo una sombra, es una realidad palpable que consume vidas. Allí, cada paso dado por una persona LGBTIQ+ puede ser un acto de resistencia desesperada, donde la falta de garantías y protecciones puede convertir ese régimen de miedo en un régimen de muerte.  

Cuando comencé a escribir esto, pensé que mis palabras podrían ser frívolas y que narraba una historia desde un privilegio; tal vez sea así. Pero con esto no solo quiero nombrar esos sentimientos que alguna vez sentí, sino reflexionar sobre estas realidades entrelazadas. A través de alegorías de luz y sombra, de libertad y restricción, muchas veces pensamos que nuestra historia no posee tanto peso por vivirla bajo una democracia y aunque no son comparables y las violencias que pasamos son distintas, ese régimen interno que vive en cada uno de nosotros, entrelaza nuestras historias y a menudo nos hace un solo ser humano, tratando de amar.  

Narrar un fragmento de mi historia dimensiona una cuarta parte de lo que puede llegar a vivir alguien en un régimen autoritario. Esta es la mayor razón para escribir hoy. En mi camino, aprendí a encontrar fuerza en la vulnerabilidad, a convertir cada mirada hostil en un recordatorio de mi propia valía y a buscar seguridad en la comunidad que me acoge con los brazos abiertos. La lucha por la aceptación y la igualdad continúa, tanto en los pequeños pueblos como en las grandes ciudades, dentro de las democracias y más allá de sus fronteras. En cada uno de nosotros hay un régimen autoritario interno que desafiamos todos los días con cada respiración, con cada latido de nuestro corazón que sigue latiendo, resistiendo y amando.  

Este escrito no busca solo narrar mi historia personal, sino también invitar a una reflexión profunda sobre la experiencia humana universal de buscar la verdad y la libertad en un mundo que a menudo parece inclinarse hacia el miedo y la represión.  

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